El perro y el asno
Se cuenta que existió un hombre que había descubierto el modo de entender el lenguaje de los animales. Tal maestro caminaba un día por las calles de una aldea y vio a un asno, que acababa de rebuznar, junto a un perro que ladrada con todas sus fuerzas. A medida que se acercaba a dichos animales, el sabio fue interpretando el significado de tales sonidos. Así descubrió que el perro le decía al asno: Toda esa charla sobre hierbas y pastos, cuando estoy esperando que digas algo sobre conejos y huesos, me aburre.
El hombre no pudo contenerse y quiso intervenir en la conversación, pues creyó que podía aportarles un punto de vista apaciguador, y les objetó: Existe, sin embargo, un hecho central: el uso del heno, que cumple la misma función que la carne.
Inmediatamente los dos animales se volvieron furiosos contra él. El perro ladró fieramente para ahogar las palabras del maestro, y el burro le obsequió con un bien asestado golpe de sus patas traseras. El sabio quedó incosciente, y los animales volvieron a su discusión."
(Cuento de la tradición sufí)
El acróbata y su aprendiz
Un acróbata nómada y su aprendiz, un muchachito, viajaban de pueblo en pueblo exhibiendo un número circense que consistía en que el hombre colocaba una larga pértiga sobre sus hombros y el niño trepaba al extremo opuesto de la misma. Un día el hombre le dijo al muchachito:
-Para que no tengamos ningún accidente, cuando hagamos la demostración, tú debes de estar muy atento a mí y yo muy atento a ti.
Pero el muchacho protestó porque no le parecía una medida adecuada de protección mútua, la que le estaba sugiriendo el maestro acróbata:
-No, maestro, eso no funcionaría. Cuando hagamos el número, yo debo estar muy atento a mí y tú muy atento a ti. Así, te lo aseguro, nunca tendremos un accidente.
El acróbata, sorprendido por la lucidez del aprendíz le respondió:
-Tienes razón, si uno logra hacer correctamente lo que le corresponde, de esa acción impecable siempre se beneficiarán los demás y también él mismo.
(Cuento de la tradición sufí)
La historia del cerrajero
"Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombraa su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella.
Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivrían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo.
Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huída y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave.
Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex-guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron."
(Cuento de la tradición sufí)
Aserrando una rama
"Nasrudín subió a un árbol para aserrar una rama. Alguien que pasaba al ver cómo lo estaba haciendo le avisó: ¡Cuidado! Está mal sentado, en la punta de la rama... Se irá abajo con ella cuando la corte.
¿Piensa que soy un necio que deba creerlo? ¿O es usted un vidente que pueda predecir futururo?, preguntó Nasrudín.
Sin embargo, poco después como siguiera aserrando, la rama cedió y Nasrudín terminó en el suelo. Entonces corrió tras el otro hombre hasta alcanzarlo: ¡Su predicción se ha cumplido! Ahora dígame: ¿Cómo moriré?
Por más que el hombre insistió, no pudo disuadir a Nasrudín de que no era un vidente. Por fin, ya exaxperado le gritó: ¡Por mí podrías morirte ahora mismo!
Apenas oyó estas palabras, Nasrudín cayó al suelo y se quedó inmovil. Cuando lo encontraron sus vecinos lo depositaron en un féretro. Mientras marchaban hacia el cementerio, empezaron a discutir acerca de cuál era el camino más corto. Nasrudín perdió la paciencia y, asomando su cabeza fuera del ataúd, dijo: Cuando estaba vivo solía tomar por la izquierda; es el camino más rápido."
(Cuento de la tradición sufí)