Por si acaso
Un anciano está haciendo cola para subir al autobús y un joven que está detrás de él, le pregunta:
- "Perdone, ¿tiene fuego?"
- "¡No!" –le contesta algo enfadado el anciano.
El joven piensa: «No me muerdas», y pide fuego a otra persona.
Unos minutos más tarde, el anciano que tiene delante ¡¡¡enciende un cigarrillo!!!... Así que el joven le dice:
- "Oiga, ¿por qué me ha dicho que no tenía fuego cuando está claro que sí?"
- "Verá usted" –responde el anciano-. "Si le hubiera dado fuego, es probable que usted y yo nos hubiéramos puesto a hablar. Y si nos hubiéramos puesto a hablar, es probable que hubiéramos acabado sentándonos juntos en el autobús, es probable que hubiéramos acabado conversando. Usted parece un tipo agradable y es probable que hubiera empezado a caerme bien. Y entonces, podría haberle invitado a bajarse en mi parada para venir a casa a cenar. Y si usted hubiera venido a cenar, es probable que hubiera conocido a mi hija. Y si hubiera conocido a mi hija, es probable que hubiera salido con ella. Y si hubiera salido con ella, quién sabe, una cosa lleva a la otra, y es posible que todo hubiera acabado en boda... ¡y yo no quiero que ella se case con alguien que ni siquiera puede comprarse un encendedor!"
(Hanock McCarty)
Nadie se lo dijo
Había una vez dos niños que patinaban sobre una laguna helada. Era una tarde nublada y fría, pero los niños jugaban sin preocupación. De pronto, el hielo se reventó y uno de los niños cayó al agua, quedando atrapado. El otro niño, viendo que su amigo se ahogaba bajo el hielo, tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró romper la helada capa, agarró a su amigo y lo salvó.
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaban cómo lo hizo, pues el hielo era muy grueso.
- “Es imposible que lo haya podido romper con esa piedra y sus manos tan pequeñas”, afirmaban.
En ese instante apareció un anciano y dijo:
- “Yo sé cómo lo hizo”.
- “¿Cómo?”
- “No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo”.
(Autor desconocido)
Contando las monedas
En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera puso un vaso de agua enfrente de él.
- "¿Cuánto cuesta un helado de chocolate?", preguntó el niño.
- "Cincuenta pesetas", respondió la mujer.
El niño sacó la mano del bolsillo y examinó las monedas.
- "¿Cuánto cuesta un helado sólo?", volvió a preguntar. Algunas personas esperaban mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente.
- "Veinticinco pesetas", dijo bruscamente. El niño volvió a contar las monedas.
- "Quiero el helado sólo", dijo.
La camarera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se retiró. El niño terminó el helado, pagó en la caja y salió.
Cuando la camarera volvió a limpiar la mesa, le costó tragar saliva al ver que allí, ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco pesetas: su propina.
(Autor anónimo)
Galletitas
A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.
La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. "No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
- “¡Gracias!”, dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
- “De nada”, contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa:
- "Insolente".
Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ¡Intacto!
(Jorge Bucay)